viernes, 6 de agosto de 2010


Comienza entonces meticulosamente abriendo una por una las cajas que agolpan su pequeña habitación. Coge un cuchillo y con paciencia infranqueable perfora el sellado de una de estas débiles arcas, acompaña el desfallecimiento de la cinta una serie de muecas que oscilan en su rostro iluminado por la frágil lumbre de los corroídos candelabros.
Le rodean recuerdos robados, le adornan figuras talladas, le cubre su rostro una sonrisa culpable, que luego se ennegrece y aborda la postura lastimera y hambrienta frente a las demás estatuas de cartón.
De pronto…
Sus párpados se contraen, una inmensurable pasión acarrea sus manos, una extraordinaria seducción genera suspiros.
Se abre ante él una inmensa caja. Piensa que en ella podría vivir un celeste elefante, o quizás un hambriento león o el elefante arrancando del león, o… quizás…
¡Frágil! ¡Abrir con cuidado!
Busca entonces algo más que un cuchillo.
Su asombro le embriaga, nada podría interferir su semblante. El ocaso prometeico desenfunda su ceño agitado, sus rimbombantes latidos, sus estúpidos dedos…
Su imaginación recorre senderos de tesoros, de obras herenciadas, de exóticos animales, de figuras antropomórficas…
Sus manos trepan por la caja, rompen a destajo, acribillan su perfecta geometría.
Arroja con violencia su maletín repleto de correspondencia sin destinatario, de agujas sin hilar, de cojines sin descansar, de caballos alados, de princesas sin torreón, de frutos sin color…
Un breve destello cruzó por sus ojos.
En una completa oscuridad y con eterna parsimonia continúa contemplando las intactas cajas…